Europa vislumbra por fin un futuro prometedor tras diez años marcados por un crecimiento lento y, en términos relativos, unos malos resultados del mercado. El cambio se debe, en parte, a que los inversores empiezan a cuestionarse si el excepcionalismo estadounidense tiene los días contados, lo que convierte a Europa en un objetivo mucho más atractivo en términos relativos. No obstante, cabe señalar que los cambios que se están produciendo en el propio continente dejan entrever una perspectiva más prometedora: unos tipos de interés y una inflación a la baja; un consumo más sólido, gracias al incremento de los salarios reales y del capital ahorrado disponible para gastar, y, por supuesto, unos importantes estímulos fiscales; por no hablar de las inversiones que Alemania ha anunciado hace poco en defensa e infraestructura.